la valera en castelnou

historia de una asociación cultural

Capítulo 1(PARTE 3), tormenta de ideas

(…)

Aún recuerdo esas reuniones previas al inicio de la asociación. Ya lo hemos mencionado, se realizaban en la parte de arriba del bar, teníamos que  pedir permiso al Ayuntamiento, algo que no sentaba muy bien entre ellos.

En aquel tiempo eran el  entonces alcalde y su señora quien estaban al tanto de los servicios del bar del pueblo, con lo cual nunca se quedaban sin saber cuando se desarrollaban dichas reuniones, siempre se invitó a todo el mundo a participar en las mismas, el que no venía, está claro que era por que no le interesaba.

Cierto es que juntamente con la aparición de una voluntad, vamos a llamarla positiva, apareció la de unos cuantos que creían que lo que planteábamos no eran más que tonterías que no iban a cambiar nada.  Otra vez se equivocaban, sólo hay que ver el paso del tiempo. No sé si es porque se nos veía como la «competencia», pero lo cierto es que siempre estaban al tanto de cuanto queríamos hacer, con una sola misión, estar en contra.

Este es un síntoma que se repite en todas las historias, detrás de todo proyecto, siempre hay gente que lo apoya y gente que no. Ahora, con el paso del tiempo, estas cosas se recuerdan con un tono más tolerante y más calmado, pero entonces provocaban desde risas hasta rabietas.  Algo que si se forjó gracias a esto fue la amistad de unos cuantos, que nos sentíamos atacados, lo que nos dio aún más fuerza.

Subíamos por las escaleras del tele-club hasta la parte de arriba, recuerdo como se movían algunas de las barras que servían de quitamiedos o barandao de la escalera, llegábamos a la puerta y como no, estaba cerrada, algo que abajo nunca sabían. Mientras algunos esperaban sentados frente a la misma, generalmente era yo quien bajaba por la llave a la barra del bar. Una vez en poder de la llave abríamos aquella puerta que hacía un ruido bastante característico, debido al plástico duro que tenía colocado como cristal opaco en el centro, seguro que todos los que acudíamos a esta sala lo recordamos, por eso y por los portazos.

Una vez dentro abríamos las persianas de los grandes ventanales, ya que lo de la luz, que también se encendía desde la barra del bar, era siempre motivo de uno o varios viajes  más cuando la luz del sol ya no iluminaba.

Nos sentábamos en corro en aquella sala enorme, donde había un eco y una reverberación que cuando hablaban más de dos al mismo tiempo se apreciaban ampliamente. Tampoco eran menos escandalosos los ruidos de las sillas de frórmica y patas metálicas sin tapas de goma en los extremos, que constantemente se movían.

Las instalaciones con las que ahora se cuenta son incomparables,  mención a parte merece la climatización del local, generalmente bromeábamos con que echábamos a los pingüinos en invierno y eran los mosquitos quienes nos echaban a nosotros en verano.

Parecía que remábamos contra viento y marea, pero lo cierto es que quizás sea todo esto nos hizo desear más una realidad distinta y, en definitiva, mejor, en la que parecíamos estar un montón de gente de acuerdo.

Volvemos a aquel día 14 de mayo, casi todos los que allí nos juntamos hicimos una lista de cosas que eran necesarias mejorar, recuperar y crear…

Palabras procedentes de aquella tormenta de ideas como suele suceder siempre en estos casos, las que más se repetían eran:

–       Recuperar las fiestas de verano.

–       Investigar en la historia del pueblo.

–       Hacer cursos, exposiciones…

Recuerdo especialmente una de las ideas que se repetían y que hizo bastante gracia en general, por eso todos, acababan diciendo “…y plantar pinos”.

Finalmente se acordó constituir una asociación cultural, y de nuevo la tormenta de ideas para dar con el nombre para ésta. Fue Carlos, el cura, quién sugirió el que sería su nombre, la Valera,  como esa campana puesta en lo alto del pueblo, que nos acompaña siempre, comunica y nos muestra el avance del tiempo.

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